Ezequiel 7:1-27, Ezequiel 8:1-18, Ezequiel 9:1-11 NVI

Ezequiel 7:1-27

El fin ha llegado

La palabra del Señor vino a mí y me dijo: «Hijo de hombre, así dice el Señor y Dios al pueblo de Israel:

»¡Te llegó la hora!

Ha llegado el fin sobre los cuatro extremos de la tierra.

¡Te ha llegado el fin!

Descargaré mi ira sobre ti;

te juzgaré según tu conducta

y te pediré cuentas de todas tus acciones detestables.

No voy a tratarte con piedad

ni a tenerte compasión,

sino que te haré pagar cara tu conducta

y tus prácticas repugnantes.

Así sabrás que yo soy el Señor.

»Así dice el Señor y Dios:

»¡Las desgracias

se siguen unas a otras!

¡Ya viene el fin!

¡Ya viene el fin!

¡Se acerca contra ti!

¡Es inminente!

Te ha llegado la hora,

habitante del país.

¡Ya viene la hora! ¡Ya se acerca el día!

En las montañas no hay alegría, sino pánico.

Ya estoy por descargar sobre ti mi furor;

desahogaré mi enojo contra ti.

Te juzgaré según tu conducta;

te pediré cuentas por todas tus acciones detestables.

No voy a tratarte con piedad

ni a tenerte compasión,

sino que te haré pagar cara tu conducta

y tus prácticas repugnantes.

Así sabrás que yo, el Señor, también puedo herir.

»¡Ya llegó el día!

¡Ya está aquí!

¡Tu destino está decidido!

Florece el juicio,7:10 juicio. Lit. vara.

germina el orgullo.

La violencia se levantó

para castigar la maldad.

Nada quedará de ustedes7:11 ustedes. Lit. ellos; es decir, el pueblo de Israel.

ni de su multitud;

nada de su riqueza

ni que tenga algún valor.

Llegó la hora;

este es el día.

Que no se alegre el que compra

ni llore el que vende,

porque mi enojo caerá sobre toda la multitud.

Y aunque el vendedor siga con vida,

no recuperará lo vendido.

Porque la visión referente sobre la multitud

no se revocará.

Por su culpa nadie podrá

conservar la vida.

»Aunque toquen la trompeta

y preparen todo,

nadie saldrá a la batalla,

porque mi enojo caerá sobre toda la multitud.

Allá afuera hay guerra

y aquí adentro, plaga y hambre.

El que esté en el campo

morirá a filo de espada

y el que esté en la ciudad

morirá a causa del hambre y la plaga.

Los que logren escapar

se quedarán en las montañas.

Como palomas del valle,

cada uno gimiendo

por su maldad.

Desfallecerá todo brazo

y temblará toda rodilla.

Se vestirán de luto

y el terror los dominará.

Se llenarán de vergüenza

y se raparán la cabeza.

»La plata la arrojarán a las calles

y el oro lo verán como algo impuro.

En el día de la ira del Señor,

ni el oro ni la plata podrán salvarlos;

no servirán para saciar su hambre

y llenarse el estómago,

porque el oro fue el causante de la caída de ustedes.

Se enorgullecían de sus joyas hermosas

y las usaron para fabricar sus imágenes detestables

y sus ídolos despreciables.

Por esta razón las convertiré en algo impuro.

Haré que vengan los extranjeros y se las roben,

que los malvados de la tierra

se las lleven y las profanen.

Alejaré de ellos mi rostro

y el lugar de mi tesoro será deshonrado;

entrarán los invasores

y lo profanarán.

»Prepara las cadenas7:23 cadenas. Palabra de difícil traducción.

porque el país se ha llenado de sangre

y la ciudad está llena de violencia.

Haré que las naciones más violentas

vengan y se apoderen de sus casas.

Pondré fin a la soberbia de los poderosos,

y sus santuarios serán profanados.

Cuando la desesperación los atrape,

en vano buscarán la paz.

Una tras otra vendrán las desgracias,

al igual que las malas noticias.

Del profeta demandarán visiones;

la instrucción se alejará del sacerdote

y a los ancianos del pueblo no les quedarán consejos.

El rey hará duelo,

el príncipe se cubrirá de tristeza

y temblarán las manos del pueblo.

Yo los trataré según su conducta

y los juzgaré según sus acciones.

Así sabrán que yo soy el Señor».

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Ezequiel 8:1-18

Idolatría en el Templo

En el día quinto del mes sexto del año sexto, yo estaba sentado en mi casa, junto con los ancianos de Judá. De pronto, el Señor puso su mano sobre mí.

Entonces miré y vi una figura de aspecto humano: de la cintura para abajo, ardía como fuego; de la cintura para arriba, brillaba como el metal refulgente. Aquella figura extendió lo que parecía ser una mano y me tomó del cabello. El Espíritu me sostuvo entre la tierra y el cielo y, en visiones de Dios, me llevó a la parte norte de Jerusalén, hasta la entrada de la puerta interior, que es donde está el ídolo que provoca los celos de Dios. Allí estaba la gloria del Dios de Israel, como la visión que yo había visto en el campo.

Y Dios me dijo: «Hijo de hombre, levanta la vista hacia el norte». Yo miré en esa dirección y en la entrada misma, al norte de la puerta del altar, vi el ídolo que provoca los celos de Dios.

También me dijo: «Hijo de hombre, ¿ves las grandes abominaciones que cometen los israelitas en este lugar y que me hacen alejarme de mi santuario? Pues verán aún abominaciones peores».

Después me llevó a la entrada del atrio. En el muro había una abertura. Entonces me dijo: «Hijo de hombre, cava en el muro». Yo cavé en el muro y me encontré con una puerta.

Entonces me dijo: «Entra y observa las abominaciones detestables que allí se cometen». Yo entré y, a lo largo del muro, vi grabadas todo tipo de figuras de reptiles y de otros animales impuros y de todos los ídolos de Israel. Setenta ancianos israelitas estaban de pie frente a los ídolos, rindiéndoles culto. Entre ellos se encontraba Jazanías, hijo de Safán. Cada uno tenía en la mano un incensario, de ellos subía una fragante nube de incienso.

Y él me dijo: «Hijo de hombre, ¿ves lo que hacen los ancianos israelitas en los oscuros nichos de sus ídolos? Andan diciendo: “El Señor no nos ve. El Señor abandonó esta tierra”». Y añadió: «Ya los verás cometer mayores abominaciones».

Luego me llevó a la entrada del Templo del Señor, a la puerta que da hacia el norte. Allí estaban unas mujeres sentadas que lloraban por el dios Tamuz. Entonces Dios me dijo: «Hijo de hombre, ¿ves esto? Pues aún los verás cometer mayores abominaciones».

Y me llevó al atrio interior del Templo. A la entrada del Templo, entre el vestíbulo y el altar, había unos veinticinco hombres que estaban mirando hacia el oriente y adoraban al sol, de espaldas al Templo del Señor.

Me dijo: «Hijo de hombre, ¿ves esto? ¿Tan poca cosa le parece a Judá cometer tales abominaciones aquí que también ha llenado la tierra de violencia y no deja de provocarme? ¡Mira cómo me enardecen, pasándose por la nariz sus pestilentes ramos! Por eso, voy a actuar con furor. No les tendré piedad ni compasión. Por más que me imploren a gritos, ¡no los escucharé!».

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Ezequiel 9:1-11

El castigo de los culpables

Después oí que Dios clamaba con fuerte voz: «¡Acérquense, verdugos de la ciudad, cada uno con su arma destructora en la mano!». Entonces vi que por el camino de la puerta superior que da hacia el norte venían seis hombres, cada uno con un arma mortal en la mano. Con ellos venía un hombre vestido con tela de lino, que llevaba en la cintura un estuche de escriba. Todos ellos entraron y se pararon junto al altar de bronce.

La gloria del Dios de Israel, que estaba sobre los querubines, se elevó y se dirigió hacia el umbral del Templo. Entonces el Señor llamó al hombre vestido de tela de lino que llevaba en la cintura un estuche de escriba y le dijo: «Recorre la ciudad de Jerusalén y coloca una señal en la frente de quienes giman y se lamenten por los actos detestables que se cometen en la ciudad».

Pero oí que a los otros dijo: «Síganlo. Recorran la ciudad y maten sin piedad ni compasión. Maten a viejos y a jóvenes, a muchachas, niños y mujeres; comiencen en el Templo, y no dejen a nadie con vida. Pero no toquen a los que tengan la señal». Y aquellos hombres comenzaron por matar a los ancianos que estaban frente al Templo.

Después les dijo: «Salgan y profanen el Templo; llenen de cadáveres los atrios».

Ellos salieron y comenzaron a matar gente en toda la ciudad. Y mientras mataban, yo me quedé solo, caí rostro en tierra y grité: «¡Ay, Señor y Dios! ¿Descargarás tu furor sobre Jerusalén y destruirás a todo el resto de Israel?».

Él me respondió: «La iniquidad del pueblo de Israel y de Judá es extremadamente grande. El país está lleno de violencia; la ciudad, llena de injusticia. Porque ellos dicen: “El Señor abandonó la tierra; el Señor no nos ve”. Por eso no tendré piedad ni compasión, sino que les pediré cuentas de su conducta».

Entonces el hombre vestido de tela de lino que llevaba en la cintura un estuche de escriba informó: «Ya hice lo que me mandaste hacer».

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