Marcos 10:32-52
Jesús predice de nuevo su muerte
10:32-34 – Mt 20:17-19; Lc 18:31-33
Iban de camino subiendo a Jerusalén y Jesús se les adelantó. Los discípulos estaban asombrados y los otros que venían detrás tenían miedo. De nuevo tomó aparte a los doce y comenzó a decirles lo que sucedería. «Ahora vamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero al tercer día resucitará».
La petición de Santiago y Juan
10:35-45 – Mt 20:20-28
Se acercaron Santiago y Juan, hijos de Zebedeo.
—Maestro —dijeron—, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.
—¿Qué quieren que haga por ustedes?
—Concédenos que en tu glorioso reino uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.
—Ustedes no saben lo que están pidiendo —respondió Jesús—. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo bebo o pasar por la prueba del bautismo con el que voy a ser bautizado?
Ellos dijeron:
—Sí, podemos.
—Ustedes beberán de la copa que yo bebo —respondió Jesús— y pasarán por la prueba del bautismo con el que voy a ser bautizado, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo. Eso ya está decidido.10:40 concederlo. … decidido. Lit. concederlo, sino para quienes está preparado.
Cuando lo oyeron los otros diez, se indignaron con Santiago y Juan. Así que Jesús los llamó y dijo:
—Como ustedes saben, los que se consideran gobernantes de las naciones oprimen al pueblo y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.
El ciego Bartimeo recibe la vista
10:46-52 – Mt 20:29-34; Lc 18:35-43
Después llegaron a Jericó. Más tarde, salió Jesús de la ciudad acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Un mendigo ciego llamado Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado junto al camino. Al oír que el que venía era Jesús de Nazaret, se puso a gritar:
—¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
Muchos lo reprendían para que se callara, pero él se puso a gritar aún más fuerte:
—¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús se detuvo y dijo:
—Llámenlo.
Así que llamaron al ciego.
—¡Ánimo! —le dijeron—. ¡Levántate! Te llama.
Él, arrojando la capa, dio un salto y se acercó a Jesús.
—¿Qué quieres que haga por ti? —le preguntó.
—Raboni, quiero ver —respondió el ciego.
—Puedes irte —dijo Jesús—, tu fe te ha sanado.
Al instante recobró la vista y comenzó a seguir a Jesús por el camino.