1 Reyes 16:8-34, 1 Reyes 17:1-24, 1 Reyes 18:1-15 NVI

1 Reyes 16:8-34

Elá, rey de Israel

En el año veintiséis de Asá, rey de Judá, Elá, hijo de Basá, comenzó a reinar sobre Israel y reinó dos años en Tirsá. Pero conspiró contra él Zimri, uno de sus oficiales, que tenía el mando de la mitad de sus carros de combate. Estaba Elá en Tirsá, emborrachándose en la casa de Arsá, administrador de su palacio. En ese momento irrumpió Zimri, lo hirió de muerte y lo suplantó en el trono. Era el año veintisiete de Asá, rey de Judá.

Tan pronto como Zimri usurpó el trono, eliminó a toda la familia de Basá. Exterminó hasta el último varón, fuera pariente o amigo. Así aniquiló a toda la familia de Basá, conforme a la palabra que el Señor había anunciado contra Basá por medio del profeta Jehú. Esto sucedió a raíz de todos los pecados que Basá y su hijo Elá cometieron e hicieron cometer a los israelitas, provocando con sus ídolos inútiles la ira del Señor, Dios de Israel.

Los demás acontecimientos del reinado de Elá y todo lo que hizo, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Israel.

Zimri, rey de Israel

En el año veintisiete de Asá, rey de Judá, mientras el ejército estaba acampado contra la ciudad filistea de Guibetón, Zimri reinó en Tirsá siete días. El mismo día en que las tropas oyeron decir que Zimri había conspirado contra el rey y lo había asesinado, allí mismo en el campamento todo Israel proclamó como rey de Israel a Omrí, el comandante del ejército. Entonces Omrí y todos los israelitas que estaban con él se retiraron de Guibetón y sitiaron Tirsá. Cuando Zimri vio que la ciudad estaba a punto de caer, se metió en la torre del palacio real y le prendió fuego. Así murió por los pecados que había cometido, pues hizo lo malo ante los ojos del Señor, siguiendo el mal ejemplo de Jeroboán y persistiendo en el mismo pecado con que este hizo pecar a Israel.

Los demás acontecimientos del reinado de Zimri, incluso lo que atañe a su rebelión, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Israel.

Omrí, rey de Israel

Entonces el pueblo de Israel se dividió en dos facciones: la mitad respaldaba como rey a Tibni, hijo de Guinat, y la otra, a Omrí. Pero los partidarios de Omrí derrotaron a los de Tibni, el cual murió en la contienda. Así fue como Omrí comenzó a reinar.

En el año treinta y uno de Asá, rey de Judá, Omrí comenzó a reinar en Israel y reinó doce años, seis de ellos en Tirsá. A un cierto Sémer le compró el cerro de Samaria por dos talentos16:24 Es decir, aprox. 68 kg. de plata, y allí construyó una ciudad. En honor a Sémer, nombre del anterior propietario del cerro, la llamó Samaria.

Pero Omrí hizo lo malo ante los ojos del Señor y pecó más que todos los reyes que lo precedieron. Siguió el mal ejemplo de Jeroboán, hijo de Nabat, persistiendo en el mismo pecado con que este hizo pecar a Israel y provocando con sus ídolos inútiles la ira del Señor, Dios de Israel.

Los demás acontecimientos del reinado de Omrí, incluso lo que atañe a las proezas que realizó, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Israel. Omrí murió y fue sepultado en Samaria. Y su hijo Acab comenzó a reinar.

Acab, rey de Israel

En el año treinta y ocho de Asá, rey de Judá, Acab, hijo de Omrí, comenzó a reinar y reinó sobre Israel en Samaria veintidós años. Acab, hijo de Omrí, hizo lo malo ante los ojos del Señor, más que todos los reyes que lo precedieron. Como si hubiera sido poco el cometer los mismos pecados de Jeroboán, hijo de Nabat, también se casó con Jezabel hija de Et Baal, rey de los sidonios, y se dedicó a servir a Baal y a adorarlo. Le erigió un altar en el templo que le había construido en Samaria, y también fabricó una imagen de la diosa Aserá. En fin, hizo más para provocar la ira del Señor, Dios de Israel, que todos los reyes de Israel que lo precedieron.

En tiempos de Acab, Jiel de Betel reconstruyó Jericó. Echó los cimientos a costa de la vida de Abirán, su hijo mayor, y puso las puertas al precio de la vida de Segub, su hijo menor, según la palabra que el Señor había dado a conocer por medio de Josué, hijo de Nun.

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1 Reyes 17:1-24

Elías anuncia una gran sequía

Ahora bien, Elías, el de Tisbé de Galaad, fue a decirle a Acab: «Tan cierto como que vive el Señor, Dios de Israel, a quien yo sirvo, te aseguro que no habrá rocío ni lluvia en los próximos años, hasta que yo lo ordene».

Elías es alimentado por los cuervos

Entonces la palabra del Señor vino a Elías y le dio este mensaje: «Sal de aquí hacia el oriente y escóndete en el arroyo de Querit, al este del Jordán. Beberás agua del arroyo y yo ordenaré a los cuervos que te den de comer allí».

Así que Elías se fue al arroyo de Querit, al este del Jordán, y allí permaneció, conforme a la palabra del Señor. Por la mañana y por la tarde los cuervos le llevaban pan y carne, y bebía agua del arroyo.

La viuda de Sarepta

Algún tiempo después, se secó el arroyo porque no había llovido en el país. Entonces la palabra del Señor vino a él con este mensaje: «Ve ahora a Sarepta en Sidón y permanece allí. A una viuda de ese lugar le he ordenado darte de comer». Así que Elías se fue a Sarepta. Al llegar a la puerta de la ciudad, encontró a una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo:

—Por favor, tráeme una vasija con un poco de agua para beber.

Mientras ella iba por el agua, él volvió a llamarla y le pidió:

—Tráeme también, por favor, un pedazo de pan.

—Tan cierto como el Señor tu Dios vive —respondió ella—, no me queda ni un pedazo de pan; solo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en el jarro. Precisamente estaba recogiendo unos leños para llevármelos a casa y hacer una comida para mi hijo y para mí. ¡Será nuestra última comida antes de morirnos de hambre!

—No temas —le dijo Elías—. Vuelve a casa y haz lo que pensabas hacer. Pero antes prepárame un panecillo con lo que tienes y tráemelo; luego haz algo para ti y para tu hijo. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “No se agotará la harina de la tinaja ni se acabará el aceite del jarro, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra”.

Ella fue e hizo lo que había dicho Elías, de modo que cada día hubo comida para ella y su hijo, como también para Elías. Y tal como la palabra del Señor lo había anunciado por medio de Elías, no se agotó la harina de la tinaja ni se acabó el aceite del jarro.

Poco después se enfermó el hijo de aquella viuda y tan grave se puso que finalmente expiró. Entonces ella le reclamó a Elías:

—¿Por qué te entrometes, hombre de Dios? ¡Viniste a recordarme mi pecado y a matar a mi hijo!

—Dame a tu hijo —contestó Elías.

Y quitándoselo del regazo, Elías lo llevó al cuarto de arriba, donde estaba alojado, y lo acostó en su propia cama. Entonces clamó al Señor: «Señor mi Dios, ¿también a esta viuda, que me ha dado alojamiento, la haces sufrir matándole a su hijo?». Luego se tendió tres veces sobre el muchacho y clamó: «¡Señor mi Dios, devuélvele la vida a este muchacho!».

El Señor oyó el clamor de Elías y el muchacho volvió a la vida. Elías tomó al muchacho y lo llevó de su cuarto a la planta baja. Se lo entregó a su madre y le dijo:

—¡Tu hijo vive! ¡Aquí lo tienes!

Entonces la mujer dijo a Elías:

—Ahora sé que eres un hombre de Dios y que lo que sale de tu boca es realmente la palabra del Señor.

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1 Reyes 18:1-15

Elías y Abdías

Después de un largo tiempo, en el tercer año, la palabra del Señor vino a Elías y le dio este mensaje: «Ve y preséntate ante Acab, que voy a enviar lluvia sobre la tierra». Así que Elías se puso en camino para presentarse ante Acab.

En Samaria había mucha hambre. Por lo tanto, Acab mandó llamar a Abdías, quien administraba su palacio y era temeroso del Señor. Como Jezabel estaba acabando con los profetas del Señor, Abdías había tomado a cien de ellos y los había escondido en dos cuevas, cincuenta en cada una, y les había dado de comer y de beber. Acab instruyó a Abdías: «Recorre todo el país en busca de fuentes y ríos. Tal vez encontremos pasto para mantener vivos los caballos y las mulas, y no perdamos nuestras bestias». Así que se dividieron la tierra que iban a recorrer: Acab se fue en una dirección y Abdías en la otra.

Abdías iba por su camino cuando Elías le salió al encuentro. Al reconocerlo, Abdías se postró rostro en tierra y le preguntó:

—Mi señor Elías, ¿de veras es usted?

—Sí, soy yo —respondió—. Ve a decirle a tu amo que aquí estoy.

—¿Qué mal ha hecho este servidor suyo —preguntó Abdías—, para que me entregue a Acab y él me mate? Tan cierto como que el Señor su Dios vive, no hay nación ni reino adonde mi amo no haya mandado a buscarlo. Y a quienes afirmaban que usted no estaba allí, él los hacía jurar que no lo habían encontrado. ¿Y ahora usted me ordena que vaya a mi amo y le diga que usted está aquí? ¡Qué sé yo a dónde lo va a llevar el Espíritu del Señor cuando nos separemos! Si voy y le digo a Acab que usted está aquí, y luego él no lo encuentra, ¡me matará! Tenga usted en cuenta que yo, su servidor, he sido temeroso del Señor desde mi juventud. ¿No le han contado a mi señor lo que hice cuando Jezabel estaba matando a los profetas del Señor? ¡Pues escondí a cien de los profetas del Señor en dos cuevas, cincuenta en cada una, y les di de comer y de beber! ¡Y ahora usted me ordena que vaya a mi amo y le diga que usted está aquí! ¡De seguro me matará!

Elías respondió:

—Tan cierto como que vive el Señor de los Ejércitos, a quien sirvo, te aseguro que hoy me presentaré ante Acab.

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