1 Reyes 20:1-43, 1 Reyes 21:1-29 NVI

1 Reyes 20:1-43

Ben Adad ataca a Samaria

Entonces Ben Adad, rey de Aram, reunió a todo su ejército y acompañado por treinta y dos reyes con sus caballos y carros de combate, salió a hacerle guerra a Samaria y la sitió. Envió a la ciudad mensajeros para que le dijeran a Acab, rey de Israel: «Así dice Ben Adad: “Tu oro y tu plata son míos, lo mismo que tus mujeres y tus hermosos hijos”».

El rey de Israel envió esta respuesta: «Tal como usted dice, mi señor y rey, yo soy suyo con todo lo que tengo».

Los mensajeros volvieron a Acab y le dijeron: «Así dice Ben Adad: “Mandé a decirte que me entregaras tu oro y tu plata, tus esposas y tus hijos. Por tanto, mañana como a esta hora voy a enviar a mis funcionarios a requisar tu palacio y las casas de tus funcionarios. Se apoderarán de todo lo que más valoras y se lo llevarán”».

El rey de Israel mandó llamar a todos los jefes del país y les dijo:

—¡Miren cómo este hombre nos quiere causar problemas! Cuando mandó que le entregara mis esposas y mis hijos, mi oro y mi plata, no se los negué.

Los jefes y todos los del pueblo respondieron:

—No le haga caso ni ceda a sus exigencias.

Así que Acab respondió a los mensajeros de Ben Adad:

—Díganle a mi señor y rey: “Yo, su servidor, haré todo lo que me pidió la primera vez, pero no puedo satisfacer esta nueva exigencia”.

Ellos regresaron a Ben Adad con esa respuesta.

Entonces Ben Adad le envió otro mensaje a Acab: «Que los dioses me castiguen sin piedad si queda en Samaria el polvo suficiente para que mis hombres se lleven un puñado».

Pero el rey de Israel respondió: «Díganle que no se vista de orgullo antes de ponerse la armadura, que espere a quitársela».20:11 Díganle … quitársela. «Díganle que no cante victoria antes de tiempo».

Cuando Ben Adad recibió este mensaje, estaba bebiendo con los reyes en su campamento.20:12 en su campamento. Alt. en Sucot; también en v. 16. De inmediato ordenó a sus tropas: «¡A las armas!». Así que se prepararon para atacar la ciudad.

Acab derrota a Ben Adad

Mientras tanto, un profeta se presentó ante Acab, rey de Israel, y le anunció:

—Así dice el Señor: “¿Ves ese enorme ejército? Hoy lo entregaré en tus manos, entonces sabrás que yo soy el Señor”.

—¿Por medio de quién lo hará? —preguntó Acab.

—Así dice el Señor —respondió el profeta—: “Lo haré por medio de los cadetes”.20:14 los cadetes. Lit. los jóvenes de los comandantes provinciales; también en vv. 15, 17 y 19.

—¿Y quién iniciará el combate? —insistió Acab.

—Tú mismo —respondió el profeta.

Así que Acab pasó revista a los cadetes que sumaban doscientos treinta y dos hombres. También pasó revista a las demás tropas israelitas: siete mil en total. Se pusieron en marcha al mediodía, mientras Ben Adad y los treinta y dos reyes aliados que estaban con él seguían emborrachándose en su campamento.

Los cadetes formaban la vanguardia. Cuando los exploradores que Ben Adad había enviado le informaron que unos soldados estaban avanzando desde Samaria, ordenó: «¡Captúrenlos vivos, sea que vengan en son de paz o en son de guerra!».

Los cadetes salieron de la ciudad al frente del ejército. Cada soldado abatió a su adversario y los arameos tuvieron que huir. Los israelitas los persiguieron, pero Ben Adad, rey de Aram, escapó a caballo con algunos de sus jinetes. El rey de Israel avanzó, mató a los caballos y destruyó los carros, de modo que los arameos sufrieron una gran derrota.

Más tarde, el profeta se presentó ante el rey de Israel y le dijo: «Vaya, refuerce el ejército y trace un buen plan, porque el año entrante el rey de Aram volverá a atacar».

Por otra parte, los funcionarios del rey de Aram le aconsejaron: «Los dioses de los israelitas son dioses de las montañas. Por eso son demasiado fuertes para nosotros. Pero, si peleamos contra ellos en las llanuras, sin duda los venceremos. Haga usted lo siguiente: Destituya a todos los reyes y reemplácelos por otros gobernadores. Prepare usted también un ejército como el que perdió, caballo por caballo y carro por carro, para atacar a Israel en las llanuras. ¡Sin duda los venceremos!».

Ben Adad estuvo de acuerdo y así lo hizo.

Al año siguiente, pasó revista a las tropas arameas y marchó a Afec para atacar a Israel. Acab, por su parte, pasó revista a las tropas israelitas y las aprovisionó. Estas se pusieron en marcha para salir al encuentro de los arameos y acamparon frente a ellos. Parecían pequeños rebaños de cabras, mientras que los arameos cubrían todo el campo.

El hombre de Dios se presentó ante el rey de Israel y le dijo: «Así dice el Señor: “Por cuanto los arameos piensan que el Señor es un dios de las montañas y no un dios de los valles, yo te voy a entregar este enorme ejército en tus manos, y así sabrás que yo soy el Señor”».

Siete días estuvieron acampados los unos frente a los otros y el séptimo día se desató el combate. En un solo día los israelitas le causaron cien mil bajas a la infantería aramea. Los demás soldados huyeron a Afec, pero la muralla de la ciudad se desplomó sobre veintisiete mil de ellos. Ben Adad, que también se había escapado a la ciudad, andaba de escondite en escondite.

Entonces sus funcionarios le dijeron: «Hemos oído decir que los reyes del linaje de Israel son compasivos. Presentémonos ante el rey de Israel con ropas ásperas y sogas en el cuello en señal de humillación. Tal vez le perdone a usted la vida».

Se presentaron ante el rey de Israel con ropas ásperas y sogas en el cuello en señal de humillación y le rogaron:

—Su siervo Ben Adad dice: “Por favor, perdóname la vida”.

—¿Todavía está vivo? —preguntó el rey—. ¡Pero si es mi hermano!

Los hombres tomaron esa respuesta como un buen augurio y, aprovechando la ocasión, exclamaron:

—¡Claro que sí, Ben Adad es su hermano!

—Vayan por él —dijo el rey.

Cuando Ben Adad se presentó ante Acab, este lo hizo subir a su carro de combate. Entonces Ben Adad le propuso:

—Te devolveré las ciudades que mi padre le quitó al tuyo y podrás establecer zonas de mercado en Damasco, como lo hizo mi padre en Samaria.

Acab respondió:

—Sobre esa base, te dejaré en libertad.

Y así firmó un tratado con él y lo dejó ir.

Un profeta condena a Acab

En obediencia a la palabra del Señor, un miembro de la comunidad de profetas le dijo a otro:

—¡Golpéame!

Pero aquel se negó a hacerlo.

Entonces el profeta dijo:

—Por cuanto no has obedecido al Señor, tan pronto como nos separemos te matará un león.

Y después de que el profeta se fue, un león le salió al paso y lo mató.

Más adelante, el mismo profeta encontró a otro hombre y le dijo: «¡Golpéame!». Así que el hombre lo golpeó y lo hirió. Luego el profeta salió a esperar al rey a la vera del camino, cubierto el rostro con un antifaz. Cuando pasaba el rey, el profeta le gritó:

—Este servidor suyo entró en lo más reñido de la batalla. Allí alguien se me presentó con un prisionero y me dijo: “Hazte cargo de este hombre. Si se te escapa, pagarás su vida con la tuya o con un talento20:39 Es decir, aprox. 34 kg. de plata”. Mientras este servidor suyo estaba ocupado en otras cosas, el hombre se escapó.

—¡Esa es tu sentencia! —respondió el rey de Israel—. Tú mismo has tomado la decisión.

En el acto, el profeta se quitó el antifaz y el rey de Israel se dio cuenta de que era uno de los profetas. Y le dijo al rey:

—Así dice el Señor: “Has dejado en libertad a un hombre que yo había condenado a muerte.20:42 un hombre … muerte. Lit. al hombre de mi destrucción. Por lo tanto, pagarás su vida con la tuya y su pueblo con el tuyo”.

Entonces el rey de Israel, deprimido y malhumorado, volvió a su palacio en Samaria.

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1 Reyes 21:1-29

El viñedo de Nabot

Un tiempo después sucedió lo siguiente: Nabot, el jezrelita, tenía un viñedo en Jezrel, el cual colindaba con el palacio de Acab, rey de Samaria. Este dijo a Nabot:

—Dame tu viñedo para hacerme una huerta de hortalizas, ya que está tan cerca de mi palacio. A cambio de él te daré un viñedo mejor o, si lo prefieres, te pagaré lo que valga.

Pero Nabot le respondió:

—¡El Señor me libre de venderle a usted lo que heredé de mis antepasados!

Acab se fue a su casa deprimido y malhumorado porque Nabot, el jezrelita, le había dicho: «No puedo cederle a usted lo que heredé de mis antepasados». De modo que se acostó de cara a la pared y no quiso comer. Su esposa Jezabel entró y le preguntó:

—¿Por qué estás tan angustiado que ni comer quieres?

—Porque le dije a Nabot, el jezrelita, que me vendiera su viñedo o que, si lo prefería, se lo cambiaría por otro; pero él se negó.

Ante esto, su esposa Jezabel le dijo:

—¿Y no eres tú quien manda en Israel? ¡Levántate y come, que te hará bien! Yo te conseguiré el viñedo del tal Nabot.

De inmediato escribió cartas en nombre de Acab, puso en ellas el sello del rey, y las envió a los jefes y nobles que vivían en la ciudad de Nabot. En las cartas decía:

«Decreten un día de ayuno y den a Nabot un lugar prominente en la asamblea del pueblo. Pongan frente a él a dos hombres perversos y háganlos testificar que él ha maldecido tanto a Dios como al rey. Luego sáquenlo y mátenlo a pedradas».

Los jefes y nobles que vivían en esa ciudad acataron lo que Jezabel había ordenado en sus cartas. Decretaron un día de ayuno y le dieron a Nabot un lugar prominente en la asamblea. Llegaron los dos hombres perversos, se sentaron frente a él y lo acusaron ante el pueblo, diciendo: «¡Nabot ha maldecido a Dios y al rey!». Como resultado, la gente lo llevó fuera de la ciudad y lo mató a pedradas. Entonces le informaron a Jezabel: «Nabot ha sido apedreado y está muerto».

Tan pronto como Jezabel se enteró de que Nabot había muerto a pedradas, dijo a Acab: «¡Vamos! Toma posesión del viñedo que Nabot, el jezrelita, se negó a venderte. Ya no vive; está muerto». Cuando Acab se enteró de que Nabot había muerto, fue a tomar posesión del viñedo.

Entonces la palabra del Señor vino a Elías el tisbita y le dio este mensaje: «Ve a encontrarte con Acab, rey de Israel, que gobierna en Samaria. En este momento se encuentra en el viñedo de Nabot, tomando posesión de este. Dile que así dice el Señor: “¿No has asesinado a un hombre y encima te has adueñado de su propiedad?”. Luego dile que así también dice el Señor: “¡En el mismo lugar donde los perros lamieron la sangre de Nabot, lamerán también tu propia sangre!”».

Acab respondió a Elías:

—¡Mi enemigo! ¿Así que me has encontrado?

—Sí —contestó Elías—, te he encontrado porque te has vendido para hacer lo que ofende al Señor. Y él ahora te dice: “Voy a enviarte una desgracia. Acabaré contigo y entre tus descendientes en Israel exterminaré hasta el último varón, esclavo o libre. Haré con tu familia lo mismo que hice con la de Jeroboán, hijo de Nabat, y con la de Basá, hijo de Ahías, porque has provocado mi ira y has hecho que Israel peque”.

»Y en cuanto a Jezabel, el Señor dice: “Los perros se la comerán junto al muro de Jezrel”.

»También a los familiares de Acab que mueran en la ciudad se los comerán los perros y a los que mueran en el campo se los comerán las aves del cielo».

Nunca hubo nadie como Acab que, animado por Jezabel su esposa, se prestara para hacer lo malo ante los ojos del Señor. Su conducta fue repugnante, pues siguió a los ídolos, como lo habían hecho los amorreos, a quienes el Señor expulsó de la presencia de Israel.

Cuando Acab escuchó estas palabras, se rasgó las vestiduras, se vistió de luto y ayunó. Dormía vestido así y andaba deprimido.

Entonces la palabra del Señor vino a Elías el tisbita y le dio este mensaje: «¿Has notado cómo Acab se ha humillado ante mí? Por cuanto se ha humillado, no enviaré esta desgracia mientras él viva, sino que la enviaré a su familia durante el reinado de su hijo».

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