Mateo 7:24-29, Mateo 8:1-22 NVI

Mateo 7:24-29

Dos clases de personas

»Por tanto, todo el que oye lo que enseño y lo pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias. Crecieron los ríos. Soplaron los vientos y pegaron contra aquella casa. Sin embargo, la casa no se derrumbó, porque estaba edificada sobre la roca. Pero todo el que oye mis enseñanzas y no las pone en práctica es como un hombre tonto que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, soplaron los vientos y azotaron aquella casa. Esta se derrumbó, y grande fue su ruina».

Cuando Jesús terminó de decir estas cosas, toda esa gente se asombró de su enseñanza. Y es que él enseñaba como quien tiene autoridad y no como los maestros de la Ley.

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Mateo 8:1-22

Jesús sana a un leproso

Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguieron muchísimas personas. Un hombre que estaba enfermo de lepra se le acercó y se arrodilló delante de él.

―Señor, si quieres, puedes sanarme —le dijo.

Jesús extendió la mano y tocó al hombre.

―Sí, quiero —le dijo—. ¡Queda sano!

Y al instante quedó sano de la lepra.

―Mira, no se lo digas a nadie —le dijo Jesús—. Solo ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.

La fe del capitán romano

Al entrar Jesús en Capernaúm, se le acercó un capitán del ejército romano pidiendo ayuda.

―Señor, mi siervo está en la casa, tirado en cama, con parálisis, y sufre terriblemente.

―Iré a sanarlo —respondió Jesús.

El capitán respondió:

―Señor, no merezco que entres en mi casa. Pero basta con que digas una sola palabra y mi siervo quedará sano. Pues yo mismo soy un hombre que obedezco órdenes superiores y, además, tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno “ve”, y va, y al otro “ven”, y viene. Le digo a mi siervo “haz esto”, y lo hace.

Al oír esto, Jesús se asombró y dijo a quienes lo seguían:

―Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe. Les digo que muchos vendrán del este y del oeste, y participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Pero a la gente del reino se le echará afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y mucho sufrimiento.

Luego Jesús le dijo al capitán romano:

―¡Ve! Todo se hará tal como creíste.

Y en esa misma hora aquel siervo quedó sano.

Jesús sana a muchos enfermos

Cuando Jesús entró en casa de Pedro, vio a la suegra de este en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre se le quitó; luego ella se levantó y comenzó a servirle.

Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y con una sola palabra echó fuera a los espíritus, y también sanó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías:

«Él cargó con nuestras enfermedades

y soportó nuestros dolores».

El compromiso del discípulo

Cuando Jesús vio a la gran cantidad de personas que lo rodeaba, dio orden de pasar al otro lado del lago. Se le acercó un maestro de la Ley y le dijo:

―Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas.

―Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos —le respondió Jesús—. Pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza.

Otro discípulo le pidió:

―Señor, primero déjame ir a enterrar a mi padre.

―Sígueme —le respondió Jesús—, y deja que los muertos entierren a sus muertos.

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