Marcos 6:7-29
Reunió a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus malignos.
Les ordenó que no llevaran nada para el camino, ni pan, ni bolsa, ni dinero en el cinturón, sino solo un bastón. «Lleven sandalias —dijo—, pero no dos mudas de ropa». Y añadió: «Cuando entren en una casa, quédense allí hasta que salgan del pueblo. Y, si en algún lugar no los reciben bien o no los escuchan, al salir de allí sacúdanse el polvo de los pies. Esto será como una advertencia contra ellos».
Los doce salieron y animaban a la gente a que se arrepintiera. También echaban fuera a muchos demonios y sanaban a muchos enfermos, ungiéndolos con aceite.
La muerte de Juan el Bautista
El rey Herodes se enteró de esto, pues el nombre de Jesús se había hecho famoso. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado y por eso tiene poder para realizar milagros». Otros decían: «Es Elías». Otros, en fin, afirmaban: «Es un profeta, como los de antes». Pero, cuando Herodes oyó esto, dijo: «¡Juan, al que yo mandé que le cortaran la cabeza, ha resucitado!».
En efecto, Herodes mismo había mandado que arrestaran a Juan y que lo encadenaran en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Felipe. Juan le había estado diciendo a Herodes: «No está bien que tengas a la esposa de tu hermano». Por eso Herodías le guardaba rencor a Juan y deseaba matarlo. Pero no había logrado hacerlo, porque Herodes temía a Juan y lo protegía. Sabía que era un hombre justo y santo. Cuando Herodes oía a Juan, se quedaba muy confundido, pero lo escuchaba con gusto.
Por fin se presentó la oportunidad. En su cumpleaños, Herodes dio un banquete a sus altos oficiales, a los comandantes militares y a los notables de Galilea. La hija de Herodías entró en el banquete y bailó, y esto agradó a Herodes y a los invitados.
―Pídeme lo que quieras y te lo daré —le dijo el rey a la muchacha.
Y le prometió bajo juramento:
―Te daré cualquier cosa que me pidas, aun cuando sea la mitad de mi reino.
Ella salió a preguntarle a su madre:
―¿Qué debo pedir?
―La cabeza de Juan el Bautista —contestó.
En seguida la muchacha se fue corriendo a presentarle al rey su petición:
―Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se puso muy triste, pero, como había hecho el juramento frente a sus invitados, no quiso decepcionarla. Así que en seguida envió a un verdugo con la orden de llevarle la cabeza de Juan. El hombre fue, decapitó a Juan en la cárcel y volvió con la cabeza en una bandeja. Se la entregó a la muchacha, y ella se la dio a su madre. Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cuerpo y lo enterraron.