Marcos 1:29-45, Marcos 2:1-17 NVI

Marcos 1:29-45

Jesús sana a muchos enfermos

Tan pronto como salieron de la sinagoga, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y en seguida se lo dijeron a Jesús. Él se le acercó, la tomó de la mano y la ayudó a levantarse. Entonces se le quitó la fiebre y comenzó a servirles.

Al atardecer, cuando ya se ponía el sol, la gente le llevó a Jesús todos los enfermos y endemoniados. Por eso, la población entera se estaba reuniendo a la puerta. Jesús sanó a muchos que sufrían diversas enfermedades. También echó fuera a muchos demonios, pero no los dejaba hablar porque sabían quién era él.

Jesús ora en un lugar solitario

Jesús se levantó muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro. Luego salió de la casa y se fue a orar a un lugar solitario. Simón y sus compañeros salieron a buscarlo.

Por fin lo encontraron y le dijeron:

―Todo el mundo te busca.

Jesús respondió:

―Vámonos de aquí a otros pueblos cercanos donde también pueda predicar; para esto he venido.

Así que recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y echando fuera demonios.

Jesús sana a un leproso

Un hombre que tenía lepra se le acercó y, de rodillas, le suplicó:

―Si quieres, puedes sanarme.

Jesús le tuvo compasión, así que extendió la mano, tocó al hombre y le dijo:

―Sí, quiero. ¡Queda sano!

Al instante, se le quitó la lepra y quedó sano. Jesús lo despidió en seguida con una fuerte advertencia:

―Mira, no se lo digas a nadie. Solo ve y preséntate ante el sacerdote. Lleva por tu sanidad la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.

Pero él salió y comenzó a hablar con mucha gente, contando lo sucedido. Como resultado, Jesús ya no podía entrar en ningún pueblo abiertamente. Tenía que quedarse en las afueras, en lugares solitarios. Aun así, gente de todas partes seguía buscándolo.

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Marcos 2:1-17

Jesús perdona y sana a un paralítico

Unos días después, Jesús entró de nuevo en Capernaúm, y se corrió la voz de que estaba en casa. Entonces se juntaron tantos que ya no quedaba sitio ni siquiera frente a la puerta. Mientras él les predicaba la palabra, llegaron cuatro hombres que le llevaban un paralítico. Como no podían acercarlo a Jesús por causa de la mucha gente, quitaron parte del techo encima de donde estaba Jesús. Luego de hacer una abertura, bajaron la camilla en la que estaba acostado el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico:

―¡Hijo, tus pecados quedan perdonados!

Estaban sentados allí algunos maestros de la Ley, que pensaban: «¿Por qué habla este así? ¡Está ofendiendo a Dios! ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?».

En ese mismo instante supo Jesús en su interior que esto era lo que estaban pensando.

―¿Por qué piensan así? —les dijo—. ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: “Tus pecados quedan perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Y el hombre se levantó, tomó su camilla en seguida y salió caminando a la vista de todos. Ellos se quedaron asombrados y comenzaron a alabar a Dios.

―Jamás habíamos visto cosa igual —decían.

Jesús llama a Leví

Jesús fue nuevamente a la orilla del lago. La gente llegaba hasta donde él estaba, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví hijo de Alfeo, sentado a la mesa cobrando los impuestos.

«Sígueme», le dijo Jesús.

Y Leví se levantó y lo siguió.

Sucedió que, estando Jesús a la mesa en casa de Leví, muchos cobradores de impuestos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos. Eran ya muchos los que lo seguían. Cuando los maestros de la Ley que eran fariseos vieron con quién comía, les preguntaron a sus discípulos:

―¿Por qué Jesús come con cobradores de impuestos y con pecadores?

Al oír esto, Jesús les contestó:

―No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.

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