Juan 12:37-50, Juan 13:1-17 NVI

Juan 12:37-50

Los judíos siguen sin creer

A pesar de haber hecho Jesús todas estas señales milagrosas en presencia de ellos, todavía no creían en él. Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías:

«Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje,

y a quién se le ha revelado el poder del Señor?».

Por eso no podían creer, pues también había dicho Isaías:

«Les ha cegado los ojos

y endurecido el corazón;

para que no vean con los ojos,

ni entiendan con el corazón;

para que no se arrepientan,

y yo los sane».

Esto lo dijo Isaías porque vio la gloria de Jesús y habló de él.

Sin embargo, muchos de ellos, incluso muchos de los gobernantes, creyeron en él. Pero no lo confesaban porque temían que los fariseos los expulsaran de la sinagoga. Preferían recibir honores de los hombres más que de parte de Dios.

«El que cree en mí —clamó Jesús con voz fuerte—, cree no solo en mí, sino en el que me envió. Y el que me ve a mí ve al que me envió. Yo soy la luz que ha venido al mundo, para que todo el que crea en mí no viva en tinieblas.

»Si alguno escucha mis palabras, pero no las obedece, no seré yo quien lo juzgue. No vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue. La palabra que yo he proclamado lo condenará en el día final. Yo no he hablado por mi propia cuenta. El Padre que me envió me ordenó qué decir y cómo decirlo. Y sé muy bien que su mandato es vida eterna. Así que todo lo que digo es lo que el Padre me ha ordenado decir».

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Juan 13:1-17

Jesús lava los pies a sus discípulos

Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.

Llegó la hora de la cena. El diablo ya le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, hijo de Simón, que traicionara a Jesús. Jesús sabía que el Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio. También sabía que había salido de Dios y a él volvía. Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos. Después se los secó con la toalla que llevaba a la cintura.

Cuando llegó a Simón Pedro, este le dijo:

―¿Y tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?

―Ahora no entiendes lo que estoy haciendo —le respondió Jesús—, pero lo entenderás más tarde.

―¡No! —protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies!

Jesús le contestó:

―Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo.

Entonces Pedro le dijo:

―Señor, ¡no solo los pies, sino también las manos y la cabeza!

―El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies —le contestó Jesús—; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos.

Jesús sabía quién lo iba a traicionar, y por eso dijo que no todos estaban limpios.

Cuando terminó de lavarles los pies, se puso el manto y volvió a su lugar. Entonces les dijo:

―¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues, si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. Les aseguro que ningún siervo es más que su amo. Y ningún mensajero es más que el que lo envió. ¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica.

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