Jeremías 35:1-19, Jeremías 36:1-32, Jeremías 37:1-21 NVI

Jeremías 35:1-19

El ejemplo de los recabitas

La palabra del Señor vino a mí, Jeremías, en los días de Joacim, hijo de Josías y rey de Judá: «Ve a la casa de los recabitas, invítalos para que vengan a una de las salas del Templo del Señor y ofréceles vino».

Entonces fui a buscar a Jazanías, hijo de Jeremías y nieto de Jabasinías, a sus hermanos, a todos sus hijos y a toda la comunidad de los recabitas. Los llevé al Templo del Señor, a la sala de los hijos de Janán, hijo de Igdalías, hombre de Dios. Esta sala se encontraba junto a la de los oficiales que a su vez estaba encima de la de Maseías, hijo de Salún, guarda de la entrada. Serví a los recabitas jarras y copas llenas de vino y les dije: «¡Beban!».

Ellos me respondieron: «Nosotros no bebemos vino, porque Jonadab, hijo de Recab y antepasado nuestro, nos ordenó lo siguiente: “Nunca beban vino, ni ustedes ni sus descendientes. Tampoco edifiquen casas, ni siembren semillas, ni planten viñedos, ni posean ninguna de estas cosas. Habiten siempre en tiendas de campaña, para que vivan mucho tiempo en esta tierra donde son extranjeros”. Nosotros obedecemos todo lo que nos ordenó Jonadab, hijo de Recab. Nunca bebemos vino; tampoco lo hacen nuestras mujeres ni nuestros hijos. No edificamos casas para habitarlas; no poseemos viñedos ni campos sembrados. Vivimos en tiendas de campaña y obedecemos todo lo que nos ordenó Jonadab, nuestro antepasado. Pero cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, invadió esta tierra, dijimos: “Vámonos a Jerusalén, para escapar del ejército babilonio35:11 Lit. caldeo. y del ejército arameo”. Por eso ahora vivimos en Jerusalén».

Entonces la palabra del Señor vino a Jeremías: «Así dice el Señor de los Ejércitos, el Dios de Israel: “Ve y dile a toda la gente de Judá y Jerusalén: ¿No pueden aprender esta lección y obedecer mis palabras?”, afirma el Señor. “Los descendientes de Jonadab, hijo de Recab, han cumplido con la orden de no beber vino y hasta el día de hoy no lo beben, porque obedecen lo que su antepasado ordenó. En cambio ustedes, aunque yo les he hablado en repetidas ocasiones, no me han hecho caso. Además, no he dejado de enviarles a mis siervos, los profetas, para decirles: ‘Conviértanse ya de su mal camino, enmienden sus acciones y no sigan a otros dioses para servirlos; entonces habitarán en la tierra que he dado a ustedes y a sus antepasados’. Pero ustedes no me han prestado atención; no me han hecho caso. Los descendientes de Jonadab, hijo de Recab, cumplieron la orden dada por su antepasado; en cambio, este pueblo no me obedece”.

»Por eso, así dice el Señor Dios de los Ejércitos, el Dios de Israel: “Voy a enviar contra Judá y contra todos los habitantes de Jerusalén todas las calamidades que ya he anunciado, porque les hablé y no me obedecieron; los llamé y no me respondieron”».

Jeremías también dijo a los recabitas: «Así dice el Señor de los Ejércitos, el Dios de Israel: “Por cuanto ustedes han obedecido las órdenes de Jonadab, su antepasado, y han cumplido con todos sus mandatos y han hecho todo lo que él les ordenó, así dice el Señor de los Ejércitos, el Dios de Israel: ‘Nunca faltará a Jonadab, hijo de Recab, un descendiente que esté a mi servicio todos los días’ ”».

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Jeremías 36:1-32

El rey Joacim quema el rollo de Jeremías

Esta palabra del Señor vino a Jeremías en el año cuarto del rey Joacim, hijo de Josías y rey de Judá: «Toma un rollo y escribe en él todas las palabras que desde los tiempos de Josías, desde que comencé a hablarte hasta ahora, te he dicho acerca de Israel, de Judá y de todas las naciones. Cuando los de Judá se enteren de todas las calamidades que pienso enviar contra ellos, tal vez abandonen su mal camino; entonces yo perdonaré su iniquidad y su pecado».

Jeremías llamó a Baruc, hijo de Nerías, y mientras dictaba, Baruc escribía en el rollo todo lo que el Señor había dicho al profeta. Luego Jeremías dio esta orden a Baruc: «Estoy confinado y no puedo ir al Templo del Señor. Por tanto, ve al Templo del Señor en el día de ayuno y lee a oídos del pueblo las palabras del Señor que te he dictado y que escribiste en el rollo. Léeselas también a toda la gente de Judá que haya venido de sus ciudades. ¡A lo mejor su súplica llega a la presencia del Señor y cada uno se convierte de su mal camino! ¡Ciertamente son terribles la ira y el furor con que el Señor ha amenazado a este pueblo!».

Baruc, hijo de Nerías, hizo tal y como había ordenado el profeta Jeremías: Leyó en el Templo del Señor las palabras escritas en el rollo. En el mes noveno del año quinto de Joacim, hijo de Josías y rey de Judá, todo el pueblo de Jerusalén y todos los que habían venido de las otras ciudades de Judá fueron convocados a ayunar delante del Señor. Baruc se dirigió al atrio superior del Templo del Señor, a la entrada de la Puerta Nueva, y desde la sala de Guemarías, hijo de Safán, el cronista, leyó ante todo el pueblo el rollo que contenía las palabras de Jeremías.

Micaías, hijo de Guemarías y nieto de Safán, escuchó todas las palabras del Señor que estaban escritas en el rollo. Entonces bajó al palacio del rey, a la sala del cronista, donde estaban reunidos todos los oficiales, es decir, el cronista Elisama, Delaías, hijo de Semaías, Elnatán, hijo de Acbor, Guemarías, hijo de Safán, Sedequías, hijo de Jananías, y todos los demás oficiales. Micaías contó todo lo que había escuchado de lo que Baruc había leído ante el pueblo. Entonces todos los oficiales enviaron a Yehudi, hijo de Netanías, nieto de Selemías y bisnieto de Cusí, para que dijera a Baruc: «Toma el rollo que has leído ante el pueblo y ven». Baruc, hijo de Nerías, lo tomó y se presentó ante ellos. Entonces los oficiales dijeron:

—Siéntate y léenos lo que está en el rollo.

Baruc lo leyó ante ellos. Terminada la lectura, se miraron temerosos unos a otros y dijeron:

—Tenemos que informar de todo esto al rey.

Luego preguntaron a Baruc:

—Dinos, ¿cómo fue que escribiste todo esto? ¿Te lo dictó Jeremías?

—Sí —respondió Baruc—, él me lo dictó y yo lo escribí con tinta en el rollo.

Entonces los oficiales dijeron a Baruc:

—Tú y Jeremías, vayan a esconderse. ¡Que nadie sepa donde están!

Después de dejar el rollo en la sala del cronista Elisama, los oficiales se presentaron en el atrio, delante del rey, y lo pusieron al tanto de todo lo ocurrido. El rey envió a Yehudi a buscar el rollo; Yehudi lo tomó de la sala de Elisama y lo leyó en presencia del rey y de todos los oficiales que estaban con él. Era el mes noveno, por eso el rey estaba en su casa de invierno, sentado junto a un brasero encendido. A medida que Yehudi terminaba de leer tres o cuatro columnas, el rey las cortaba con un estilete de escriba y las echaba al fuego del brasero. Así lo hizo con todo el rollo, hasta que este se consumió en el fuego. Ni el rey ni los jefes que escucharon todas estas palabras tuvieron temor ni se rasgaron las vestiduras. Esto sucedió a pesar de que Elnatán, Delaías y Guemarías habían suplicado al rey que no quemara el rollo; pero el rey no les hizo caso. Por el contrario, mandó a Jeramel, su hijo, a Seraías, hijo de Azriel, y a Selemías, hijo de Abdel, para que arrestaran al escriba Baruc y al profeta Jeremías. Pero el Señor los había escondido.

Luego que el rey quemó el rollo con las palabras que Jeremías había dictado a Baruc, la palabra del Señor vino a Jeremías: «Toma otro rollo y escribe exactamente lo mismo que estaba escrito en el primer rollo quemado por Joacim, rey de Judá. Y adviértele a Joacim que así dice el Señor: “Tú quemaste aquel rollo, diciendo: ‘¿Por qué has escrito en él que con toda seguridad el rey de Babilonia vendrá a destruir esta tierra y a borrar de ella a toda persona y animal?’ ”. Por eso, así dice el Señor acerca de Joacim, rey de Judá: “Ninguno de sus descendientes ocupará el trono de David; su cadáver será arrojado y quedará expuesto al calor del día y a las heladas de la noche. Castigaré la iniquidad de él, la de su descendencia y la de sus siervos. Enviaré contra ellos, y contra los habitantes de Jerusalén y de Judá, todas las calamidades con que los amenacé, porque no me hicieron caso”».

Entonces Jeremías tomó otro rollo y se lo dio al escriba Baruc, hijo de Nerías. Baruc escribió en el rollo todo lo que Jeremías dictó, lo cual era idéntico a lo escrito en el rollo quemado por el rey Joacim. Se agregaron, además, muchas otras cosas semejantes.

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Jeremías 37:1-21

Encarcelamiento de Jeremías

Nabucodonosor, rey de Babilonia, puso como rey de Judá a Sedequías, hijo de Josías, en lugar de Jeconías37:1 Jeconías. Lit. Conías (variante de este nombre)., hijo de Joacim. Pero ni Sedequías ni sus siervos ni la gente de Judá hicieron caso a las palabras que el Señor había hablado a través del profeta Jeremías.

No obstante, el rey Sedequías envió a Jucal, hijo de Selemías, y al sacerdote Sofonías, hijo de Maseías, a decirle al profeta Jeremías: «Ora por nosotros al Señor nuestro Dios».

Mientras tanto, Jeremías se movía con total libertad entre la gente, pues todavía no lo habían encarcelado. Por otra parte, el ejército del faraón había salido de Egipto. Cuando los babilonios37:5 Lit. caldeos. que estaban sitiando a Jerusalén se enteraron de la noticia, emprendieron la retirada.

La palabra del Señor vino al profeta Jeremías: «Así dice el Señor, el Dios de Israel: “Díganle al rey de Judá que los mandó a consultarme: ‘El ejército del faraón, que salió para apoyarlos, se volverá a Egipto. Los babilonios regresarán para atacar esta ciudad; la capturarán y la incendiarán’ ”.

»Así dice el Señor: “No se hagan ilusiones creyendo que los babilonios se van a retirar. ¡Se equivocan! No se van a retirar. Y aunque ustedes derrotaran a todo el ejército babilonio, y solo quedaran en sus campamentos algunos hombres heridos, estos se levantarían e incendiarían esta ciudad”».

Cuando por causa de la incursión del ejército del faraón el ejército de Babilonia se retiró de Jerusalén, Jeremías quiso trasladarse de Jerusalén al territorio de Benjamín para tomar posesión de una herencia. Pero al llegar a la puerta de Benjamín, un capitán de la guardia llamado Irías, hijo de Selemías y nieto de Jananías, detuvo al profeta Jeremías y lo acusó:

—¡Estás por pasarte a los babilonios!

Jeremías respondió:

—¡Mentira, no voy a pasarme a los babilonios!

Pero Irías no le hizo caso, sino que lo detuvo y lo llevó ante los oficiales. Estos estaban enfurecidos contra Jeremías, así que luego de golpearlo, lo encarcelaron en la casa del cronista Jonatán, ya que la habían convertido en prisión. Así Jeremías fue encerrado en una cámara subterránea de la cárcel, donde permaneció mucho tiempo.

El rey Sedequías mandó que trajeran a Jeremías al palacio y allí le preguntó en secreto:

—¿Has recibido alguna palabra del Señor?

—Sí —respondió Jeremías—, usted será entregado en manos del rey de Babilonia.

A su vez, Jeremías preguntó al rey Sedequías:

—¿Qué crimen he cometido contra usted, o contra sus ministros o este pueblo, para que me hayan encarcelado? ¿Dónde están sus profetas, los que profetizaban que el rey de Babilonia no los atacaría ni a ustedes ni a este país? Pero ahora, ruego a mi señor el rey que me preste atención. Le pido que no me mande de vuelta a la casa del cronista Jonatán, no sea que yo muera allí.

Entonces el rey Sedequías ordenó que pusieran a Jeremías en el patio de la guardia y que, mientras hubiera pan en la ciudad, todos los días le dieran una porción del pan horneado en la calle de los Panaderos. Así fue como Jeremías permaneció en el patio de la guardia.

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