Hechos 26:24-32, Hechos 27:1-12 NVI

Hechos 26:24-32

Al llegar Pablo a este punto de su defensa, Festo interrumpió.

―¡Estás loco, Pablo! —le gritó—. El mucho estudio te ha hecho perder la cabeza.

―No estoy loco, excelentísimo Festo —contestó Pablo—. Lo que digo es cierto y no es locura. El rey conoce bien estas cosas, y por eso hablo ante él con tanto atrevimiento. Estoy convencido de que conoce todo esto, porque no sucedió en un rincón secreto. Rey Agripa, ¿cree usted en los profetas? ¡Yo creo que sí!

―¿En tan poco tiempo piensas convencerme de ser cristiano? —le dijo Agripa.

Pablo le respondió:

―Le pido a Dios que, en poco o mucho tiempo, no solo usted, sino también todos los que me están escuchando lleguen a ser como yo, aunque sin estas cadenas.

Se levantó el rey, y también el gobernador, Berenice y los que estaban sentados con ellos. Al retirarse, decían entre sí:

―Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte ni la cárcel.

Y Agripa le dijo a Festo:

―Se podría poner en libertad a este hombre si no hubiera pedido que el césar lo juzgue.

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Hechos 27:1-12

Pablo es enviado a Roma

Decidieron enviarnos a Italia por barco. Pablo y algunos otros presos fueron entregados a un capitán del ejército romano llamado Julio, que pertenecía al batallón imperial. Subimos a bordo de un barco del puerto de Adramitio, que estaba a punto de salir hacia los puertos de la provincia de Asia. Nos acompañaba Aristarco, un macedonio de Tesalónica, y con él comenzamos el viaje.

Al día siguiente, hicimos una parada en Sidón. El capitán Julio, con mucha amabilidad, le permitió a Pablo visitar a sus hermanos en la fe para que lo atendieran. Luego salimos de Sidón y navegamos protegidos del viento por la isla de Chipre, porque los vientos soplaban contra nosotros. Después de atravesar el mar frente a las costas de Cilicia y Panfilia, llegamos a Mira de Licia. Allí el capitán encontró un barco de Alejandría que iba para Italia, y nos hizo subir a bordo. Durante muchos días la navegación fue lenta, y a duras penas llegamos frente a Gnido. El viento aún soplaba en nuestra contra, por lo que no seguimos el rumbo trazado. Entonces navegamos protegidos del viento por la isla de Creta, frente a Salmona. Seguimos con dificultad a lo largo de la costa y llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea.

Se había perdido mucho tiempo. Ya había pasado el día del Perdón, y por esos días era peligrosa la navegación. Así que Pablo les dijo:

«Señores, veo que nuestro viaje va a ser peligroso y que va a causar muchos daños, tanto al barco y su carga como a nuestras propias vidas».

Pero el capitán romano, en vez de hacerle caso, siguió el consejo del capitán del barco y de su dueño. Como el puerto no era adecuado para pasar allí el invierno, la mayoría decidió que debíamos seguir adelante. Tenían la esperanza de llegar a Fenice, puerto de Creta, y pasar allí el invierno. Desde ese puerto se podía salir rumbo al suroeste y al noroeste.

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