2 Corintios 2:12-17
El anuncio de la buena noticia
Ahora bien, cuando llegué a Troas para predicar el mensaje de la buena noticia de Cristo, descubrí que el Señor me había dado una gran oportunidad. Aun así, me sentí intranquilo por no haber encontrado allí a Tito, mi hermano en la fe. Por eso me despedí de esa gente y me fui a Macedonia.
Doy gracias a Dios, porque por medio de Cristo siempre nos da la victoria. Él hace que nuestro mensaje se vaya conociendo por todas partes como si fuera un aroma agradable. Pues nosotros somos el rico aroma que Cristo ofrece a Dios. Este aroma se esparce entre los que se salvan y entre los que se pierden. Para estos últimos somos olor de muerte que los lleva a la muerte. Para los primeros, olor de vida que los lleva a la vida. ¿Y quién es capaz de semejante tarea? A diferencia de muchos, nosotros no somos de los que ven el anuncio del mensaje de Dios como un negocio. Más bien, hablamos con honestidad, con la autoridad que Cristo nos da. Dios es testigo, porque él nos envió a anunciar el mensaje.
2 Corintios 3:1-6
¿Acaso comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O acaso tenemos que presentarles o pedirles a ustedes cartas de recomendación, como hacen algunos? No es necesario. Pues lo que Cristo ha hecho en sus vidas todos lo pueden ver, y saben que fue gracias al mensaje que nosotros les anunciamos. Así que ustedes son nuestra carta de recomendación, escrita en nuestro corazón. Todos pueden ver que ustedes son como una carta escrita por Cristo y enviada por medio de nosotros. Escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente. No fue escrita en piedra, sino en sus corazones.
Esta es la confianza que delante de Dios tenemos por medio de Cristo. No es que nos consideremos capaces de hacerlo por nosotros mismos. Nuestra capacidad viene de Dios. Él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto. No es el pacto de leyes escritas, que nos condena a muerte, sino el pacto que da vida por medio del Espíritu.