Jeremías 9:17-26, Jeremías 10:1-25, Jeremías 11:1-17 NVI

Jeremías 9:17-26

Así dice el Señor de los Ejércitos:

«¡Presten atención! Llamen a las plañideras.

Que vengan las más hábiles.

Que se den prisa,

que hagan lamentación por nosotros.

Nuestros ojos se inundarán de lágrimas

y brotará de nuestros párpados el llanto.

Desde Sión se escuchan quejidos y lamentos:

“Hemos sido devastados;

nos han avergonzado por completo.

Tenemos que abandonar nuestra tierra,

porque han derribado nuestras casas”».

Escuchen, mujeres, la palabra del Señor;

reciban sus oídos la palabra de su boca.

Enseñen a sus hijas a entonar endechas;

que unas a otras se enseñen este lamento:

«La muerte se ha metido por nuestras ventanas,

ha entrado en nuestros palacios;

ha eliminado en las calles a los niños

y en las plazas a los jóvenes».

Habla: «Así dice el Señor:

»“Yacen tendidos los cadáveres

como estiércol sobre los campos,

como gavillas que caen tras el segador,

sin que nadie las recoja”».

Así dice el Señor:

«Que no se gloríe el sabio de su sabiduría,

ni el poderoso de su poder,

ni el rico de su riqueza.

Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe de conocerme

y de comprender que yo soy el Señor,

que actúo en la tierra con gran amor,

derecho y justicia,

pues es lo que a mí me agrada»,

afirma el Señor.

«Vienen días —afirma el Señor—, en que castigaré al que haya sido circuncidado solo del prepucio: castigaré a Egipto, Judá, Edom, Amón, Moab; también, a todos los que viven en el desierto y se rapan las sienes. Todas las naciones son incircuncisas, pero el pueblo de Israel es incircunciso de corazón».

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Jeremías 10:1-25

Dios y los ídolos

10:12-16Jer 51:15-19

Escucha, pueblo de Israel, la palabra del Señor. Así dice el Señor:

«No aprendan ustedes la conducta de las naciones

ni se asusten ante las señales del cielo,

aunque las naciones les tengan miedo.

Las costumbres de los pueblos no tienen valor alguno.

Cortan un tronco en el bosque

y un artífice lo labra con un cincel.

Lo adornan con plata y oro

y lo afirman con clavos y martillo

para que no se tambalee.

Sus ídolos no pueden hablar;

¡parecen espantapájaros

en un huerto de pepinos!

Tienen que ser transportados,

porque no pueden caminar.

No les tengan miedo,

porque no les pueden hacer ningún mal,

pero tampoco ningún bien».

¡No hay nadie como tú, Señor!

¡Grande eres tú!

¡Grande y poderoso es tu nombre!

¿Quién no te temerá,

Rey de las naciones?

¡Es lo que te corresponde!

Entre todos los sabios de las naciones,

y entre todos los reinos,

no hay nadie como tú.

Todos son necios e insensatos,

educados por inútiles ídolos de palo.

De Tarsis se trae plata laminada,

y de Ufaz se importa oro.

Los ídolos, vestidos de color azul y carmesí,

son obra de artífices y orfebres;

¡todos ellos son obra de artesanos!

Pero el Señor es el Dios verdadero,

el Dios viviente, el Rey eterno.

Cuando se enoja, tiembla la tierra;

las naciones no pueden soportar su ira.

«Así les dirás: “Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, desaparecerán de la tierra y de debajo del cielo”».10:11 Este versículo está escrito en arameo.

Dios hizo la tierra con su poder,

afirmó el mundo con su sabiduría,

extendió los cielos con su inteligencia.

Cuando él deja oír su voz, rugen las aguas en los cielos;

hace que se levanten las nubes desde los confines de la tierra.

Entre relámpagos desata la lluvia

y saca de sus depósitos al viento.

La humanidad es necia e ignorante;

todo orfebre se avergüenza de sus ídolos.

Sus imágenes son un engaño

y no hay en ellas aliento de vida.

No valen nada, son objetos de burla;

cuando llegue el día del juicio serán destruidos.

La porción de Jacob no es como aquellos,

porque él es quien hizo todas las cosas,

incluso Israel, el pueblo de su heredad.

Su nombre es el Señor de los Ejércitos.

Destrucción inminente

Recoge del suelo tus pertenencias,

tú que te encuentras sitiado.

Porque así dice el Señor:

«Esta vez arrojaré a los habitantes de la tierra

como si los lanzara con una honda.

Los pondré en aprietos

y dejaré que los capturen».

¡Ay de mí, que estoy quebrantado!

¡Mi herida es incurable!

Pero es mi enfermedad

y me toca soportarla.

Destruida está la tienda donde habito

y rotas todas mis cuerdas.

Mis hijos me han abandonado; han dejado de existir.

Ya no hay nadie que arme mi tienda

y que levante mis toldos.

Los pastores se han vuelto necios,

no buscan al Señor;

por eso no han prosperado,

y su rebaño anda disperso.

¡Escuchen! ¡Llega un mensaje!

Un gran estruendo viene de un país del norte,

que convertirá las ciudades de Judá

en guarida de chacales, en un montón de ruinas.

Oración de Jeremías

Señor, yo sé que nadie es dueño de su destino,

que no le es dado al caminante dirigir sus propios pasos.

Corrígeme, Señor, pero con justicia,

y no según tu ira,

pues me destruirías.

Derrama tu furor

sobre las naciones que no te reconocen

y sobre las familias que no invocan tu nombre.

Porque se han devorado a Jacob,

se lo han tragado por completo

y han asolado su morada.

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Jeremías 11:1-17

Violación del pacto

Esta es la palabra que vino a Jeremías de parte del Señor: «Escucha los términos de este pacto y comunícaselos a la gente de Judá y a los habitantes de Jerusalén. Diles que así ha dicho el Señor, Dios de Israel: “Maldito aquel que no obedezca los términos de este pacto, que yo mismo ordené a los antepasados de ustedes el día que los hice salir de Egipto, de ese horno donde se funde el hierro”. Les dije: “Obedézcanme y cumplan con todos mis mandamientos; entonces ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios. Así cumpliré el juramento que hice a sus antepasados de darles una tierra donde abundan la leche y la miel, la cual ustedes tienen hoy”».

Yo respondí: «Amén, Señor».

El Señor me dijo: «Proclama todo esto en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, diciendo: “Escuchen los términos de este pacto y cúmplanlos. Desde el día en que hice salir a sus antepasados de la tierra de Egipto hasta el día de hoy, una y otra vez he advertido: ‘Obedézcanme’. Pero no obedecieron ni prestaron atención, sino que siguieron la terquedad de su malvado corazón. Por eso hice caer sobre ellos todas las maldiciones de este pacto, que yo había ordenado cumplir, pero que no cumplieron”».

El Señor también me dijo: «Se está fraguando una conspiración entre los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén. Han vuelto a los mismos pecados de sus antepasados, quienes se negaron a obedecerme. Se han ido tras otros dioses para servirles. Tanto Israel como Judá han quebrantado el pacto que hice con sus antepasados. Por eso, así dice el Señor: “Les enviaré una calamidad de la cual no podrán escapar. Aunque clamen a mí, no los escucharé. Entonces las ciudades de Judá y los habitantes de Jerusalén irán a clamar a los dioses a los que quemaron incienso, pero ellos no podrán salvarlos cuando llegue el tiempo de su calamidad. Tú, Judá, tienes tantos dioses como ciudades. Erigiste tantos altares como calles hay en Jerusalén, altares para quemar incienso a Baal, para vergüenza tuya”.

»En cuanto a ti, Jeremías, no ores por este pueblo. No me ruegues ni me supliques por ellos, porque yo no escucharé cuando clamen a mí por causa de su calamidad.

»¿Qué hace mi amada en mi casa,

después de haber cometido tantas vilezas?

¿Acaso la carne consagrada alejará de ti la calamidad?

¿Podrás así regocijarte?».

El Señor te puso por nombre:

«Olivo frondoso, lleno de hermosos frutos».

Pero, en medio de grandes estruendos,

te ha prendido fuego

y tus ramas serán quebradas.

El Señor de los Ejércitos, el que te plantó, ha decretado una calamidad contra ti, por causa de la maldad que cometieron el pueblo de Israel y la tribu de Judá. Dice el Señor: «Me han ofendido al quemar incienso a Baal».

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