Juan 4:43-54, Juan 5:1-15 NVI

Juan 4:43-54

Jesús sana al hijo de un funcionario

Después de esos dos días Jesús salió de allí rumbo a Galilea. Tal como él mismo había dicho, a ningún profeta se le honra en su propia tierra. Cuando llegó a Galilea, fue bien recibido por los galileos. Ellos habían estado en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua. Por eso, vieron en persona todo lo que Jesús había hecho allí.

Jesús volvió otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Capernaúm. Cuando este hombre se enteró de que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a su encuentro. Y le suplicó que fuera a sanar a su hijo, pues estaba a punto de morir.

―Ustedes nunca van a creer si no ven señales milagrosas y maravillas —le dijo Jesús.

―Señor —rogó el funcionario—, ven pronto, antes de que se muera mi hijo.

―Vuelve a casa, que tu hijo vive —le dijo Jesús.

El hombre creyó lo que Jesús le dijo y se fue. Cuando se dirigía a su casa, sus siervos salieron a su encuentro y le dieron la noticia de que su hijo estaba vivo. Cuando les preguntó a qué hora había comenzado su hijo a sentirse mejor, le contestaron:

―Ayer a la una de la tarde se le quitó la fiebre.

Entonces el padre se dio cuenta de que precisamente a esa hora Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Así que creyó él con toda su familia.

Esta fue la segunda señal que hizo Jesús después de que volvió de Judea a Galilea.

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Juan 5:1-15

Jesús sana a un inválido

Algún tiempo después, se celebraba una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Había allí, junto a la puerta de las Ovejas, un estanque que tenía cinco entradas. El estanque tenía el nombre hebreo de Betzatá. En esas entradas se hallaban tendidos muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Entre ellos se encontraba un hombre que tenía treinta y ocho años de estar enfermo. Jesús lo vio allí, tirado en el suelo. Y, cuando se enteró de que ya tenía mucho tiempo de estar así, le preguntó:

―¿Quieres sanarte?

―Señor —respondió—, no tengo a nadie que me meta en el estanque mientras se agita el agua. Y, cuando trato de hacerlo, otro se mete antes.

―Levántate, recoge tu camilla y anda —le contestó Jesús.

Al instante aquel hombre quedó sano, así que tomó su camilla y echó a andar. Pero ese día era sábado. Por eso los judíos le dijeron al que había sido sanado:

―Hoy es sábado; no te está permitido cargar tu camilla.

―El que me sanó me dijo: “Recoge tu camilla y anda” —les respondió.

―¿Quién es ese hombre que te dijo: “Recógela y anda”? —le preguntaron.

El que había sido sanado no tenía idea de quién era. Pues Jesús había desaparecido entre la mucha gente que estaba en el lugar.

Después de esto, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo:

―Mira, ya has quedado sano. No vuelvas a pecar, no sea que te ocurra algo peor.

El hombre se fue y les dijo a los judíos que Jesús era quien lo había sanado.

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