Jeremías 25:15-38, Jeremías 26:1-24 NVI

Jeremías 25:15-38

La copa de la ira divina

El Señor, el Dios de Israel, me dijo: «Toma de mi mano esta copa del vino de mi ira y dásela a beber a todas las naciones a las que yo te envíe. Cuando ellas la beban, se tambalearán y perderán el juicio, a causa de la espada que voy a enviar contra ellos».

Tomé de la mano del Señor la copa y se la di a beber a todas las naciones a las cuales el Señor me envió:

a Jerusalén y a las ciudades de Judá, a sus reyes y a sus oficiales, para convertirlos en ruinas, en motivo de horror, burla y maldición, como hoy se puede ver.

También se la di a beber al faraón, rey de Egipto, a sus siervos, oficiales y todo su pueblo; a todos los forasteros,

a todos los reyes del país de Uz

y a todos los reyes del país de los filisteos; a los de Ascalón, Gaza, Ecrón y a los sobrevivientes de Asdod;

a Edom, Moab y a los hijos de Amón;

a todos los reyes de Tiro y de Sidón;

a todos los reyes de las costas al otro lado del mar;

a Dedán, Temá y Buz; a todos los pueblos que se rapan las sienes;

a todos los reyes de Arabia; a todos los reyes de las diferentes tribus del desierto;

a todos los reyes de Zimri, Elam y Media;

a todos los reyes del norte, cercanos o lejanos y a todos los reinos que están sobre la faz de la tierra.

Después de ellos, beberá el rey de Sesac.25:26 Sesac es un criptograma que alude a Babilonia.

«Tú les dirás: “Así dice el Señor de los Ejércitos, el Dios de Israel: ‘Beban, emborráchense, vomiten y caigan para no levantarse más, por causa de la espada que estoy por mandar contra ustedes’ ”. Pero si se niegan a tomar de tu mano la copa y beberla, tú les dirás: “Así dice el Señor de los Ejércitos: ‘¡Tendrán que beberla!’. Desataré calamidades contra la ciudad que lleva mi Nombre. ¿Y creen ustedes que no los voy a castigar? Al contrario, serán castigados —afirma el Señor de los Ejércitos—, porque yo desenvaino la espada contra todos los habitantes de la tierra”.

»Tú, Jeremías, profetiza contra ellos todas estas palabras:

»“Ruge el Señor desde lo alto;

desde su santa morada hace tronar su voz.

Ruge violento contra su rebaño;

grita como los que pisan la uva,

contra todos los habitantes del mundo.

El estruendo llega hasta los confines de la tierra,

porque el Señor litiga contra las naciones;

enjuicia a todos los mortales

y pasa por la espada a los malvados”»,

afirma el Señor.

Así dice el Señor de los Ejércitos:

«La calamidad se extiende

de nación en nación;

una terrible tempestad se desata

desde los confines de la tierra».

En aquel día, las víctimas del Señor quedarán tendidas de un extremo a otro de la tierra. Nadie las llorará ni las recogerá ni las enterrará; se quedarán sobre la faz de la tierra, como el estiércol.

Giman, pastores, y clamen;

revuélquense en el polvo, jefes del rebaño,

porque les ha llegado el día de la matanza;

serán dispersados y caerán como carneros escogidos.25:34 carneros escogidos (LXX); vasijas escogidas (TM).

Los pastores no tendrán escapatoria;

no podrán huir los jefes del rebaño.

Escuchen el clamor de los pastores

y el gemido de los jefes del rebaño,

porque el Señor destruye sus pastizales.

Las tranquilas praderas son asoladas,

a causa de la ardiente ira del Señor.

Como león que deja abandonada su guarida,

él ha dejado desolada la tierra de ellos,

a causa de la espada25:38 la espada (mss. hebreos, LXX y Targum; véanse también Jer 46:16 y 50:16); la ira (TM). del opresor,

a causa de la ardiente ira del Señor.

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Jeremías 26:1-24

Jeremías bajo amenaza de muerte

Al comienzo del reinado de Joacim, hijo de Josías y rey de Judá, vino esta palabra del Señor a Jeremías: «Así dice el Señor: “Párate en el atrio del Templo del Señor y di todas las palabras que yo te ordene a todos los habitantes de las ciudades de Judá que vienen a adorar en el Templo del Señor. No omitas ni una sola palabra. Tal vez te hagan caso y se conviertan de su mal camino. Si lo hacen, desistiré del mal que pensaba hacerles por causa de sus malas acciones. Tú les advertirás que así dice el Señor: ‘Si no me obedecen ni siguen la Ley que yo he entregado y si no escuchan las palabras de mis siervos los profetas, a quienes una y otra vez he enviado y ustedes han desobedecido, entonces haré con esta casa lo mismo que hice con Siló: Haré de esta ciudad una maldición para todas las naciones de la tierra’ ”».

Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron estas palabras que el profeta Jeremías pronunció en el Templo del Señor. Pero en cuanto Jeremías terminó de decirle al pueblo todo lo que el Señor había ordenado, los sacerdotes y los profetas y todo el pueblo lo apresaron y dijeron: «¡Vas a morir! ¿Por qué has profetizado en el nombre del Señor que esta casa quedará como Siló y esta ciudad, desolada y deshabitada?». Y todo el pueblo que estaba en el Templo del Señor se abalanzó sobre Jeremías.

Cuando los oficiales de Judá escucharon estas cosas, fueron del palacio del rey al Templo del Señor y se apostaron a la entrada de la Puerta Nueva del Templo. Allí los sacerdotes y los profetas dijeron a los oficiales y a todo el pueblo: «Este hombre debe ser condenado a muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, tal como ustedes lo han escuchado con sus propios oídos».

Pero Jeremías dijo a todos los oficiales y a todo el pueblo: «El Señor me envió para profetizar contra esta casa y contra esta ciudad todas las cosas que ustedes han escuchado. Así que enmienden ya su conducta y sus acciones; obedezcan al Señor su Dios y el Señor cambiará de parecer del mal que ha anunciado. En cuanto a mí, estoy en manos de ustedes; hagan conmigo lo que mejor les parezca. Pero sepan que, si ustedes me matan, estarán derramando sangre inocente sobre ustedes mismos y sobre los habitantes de esta ciudad. Porque verdaderamente el Señor me ha enviado a que les anuncie claramente todas estas cosas».

Los oficiales y todo el pueblo dijeron a los sacerdotes y a los profetas: «Este hombre no debe ser condenado a muerte, porque nos ha hablado en el nombre del Señor nuestro Dios».

Entonces algunos de los jefes del país se levantaron y recordaron a toda la asamblea del pueblo que, en tiempos de Ezequías, rey de Judá, Miqueas de Moréset había profetizado a todo el pueblo de Judá: «Así dice el Señor de los Ejércitos:

»“Sión será como un campo arado;

Jerusalén quedará en ruinas

y el monte del Templo se volverá un matorral”.

»¿Acaso Ezequías, rey de Judá, y todo su pueblo mataron a Miqueas? ¿No es verdad que Ezequías temió al Señor y pidió su ayuda, y que el Señor desistió del mal que les había anunciado? Sin embargo, nosotros estamos por provocar nuestro propio mal».

Hubo también otro profeta, de nombre Urías, hijo de Semaías, de Quiriat Yearín, que profetizaba en el nombre del Señor. Este profetizó contra la ciudad y contra el país, tal y como lo hizo Jeremías. Cuando el rey Joacim, sus soldados y todos los oficiales oyeron sus palabras, el rey intentó matarlo; pero al enterarse Urías, tuvo miedo y escapó a Egipto. Después el rey Joacim envió a Egipto a Elnatán, hijo de Acbor, junto con otros hombres. Ellos sacaron de Egipto a Urías y lo llevaron ante el rey Joacim, quien mandó que mataran a Urías a filo de espada y arrojaran su cadáver a la fosa común.

Sin embargo, Ajicán, hijo de Safán, protegió a Jeremías y no permitió que cayera en manos del pueblo ni que lo mataran.

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